
Folgueras, el Campoamor rehecho a mano
La empresa familiar de ebanistería de Luis Álvarez Villanueva realizó en 1960 una reforma del teatro similar a la actual
«Folgueras», en realidad Luis Álvarez Villanueva (Oviedo, 1917), hijo de Salvador Álvarez Folgueras, todavía recuerda bien lo que sudó aquel verano de 1960 con el encargo de restaurar todo el teatro Campoamor. Quitar lámparas, limpiarlas, sacar todas las butacas, lijar la madera, retapizar y tenerlo todo listo para que empezara la temporada de Ópera de San Mateo.
La escena recuerda directamente a lo vivido este mes de julio en el teatro Campoamor. Una reforma muy parecida a la actual, incluso también se trabajó en los aseos, pero alejada en las formas y en el tiempo. En aquellos años también se practicaba la unión temporal de empresas como la que ahora agrupa los trabajos de mejora del teatro, pero era todo mucho más familiar.
Su hijo Luis, entonces un chaval, también lo vivió. Era él el que entraba y salía del teatro con unos botijos (una cuarta de vino por el resto de gaseosa) para calmar la sed de la cuadrilla de tapiceros que trabajaba a la entrada, sin descanso, con la ristra de clavos apretada entre los dientes, el martillo en una y los rollos de cinta en la otra mano.
El negocio familiar iniciado por Salvador estaba en el número uno de la calle Schultz, y de aquella el taller artesano de ebanistería Folgueras trabajaba la madera para casi todo Oviedo: muebles Del Río, Las Novedades, todo tipo de decorados, mantenimiento de la sillería de la Catedral, también en el Palacio del Marqués de San Feliz...
No era raro que el concejal Julio Rojo Melero, vinculado a Las Novedades, siendo alcalde Valentín Masip, le encargara aquel trabajo.
Y Folgueras, es decir, Luis Álvarez, lo hizo con lo mejor que tenía a mano en la ciudad. De alguna forma fue el contratista, y eso casi le cuesta un disgusto, porque en tiempos en los que los impuestos eran una cosa algo difusa, Hacienda le quiso pasar factura y el Ayuntamiento tuvo que aprobar, al año siguiente, el pago del tributo estatal, de 19.453 pesetas. La reforma la había hecho con 227.880 pesetas.
Con ese dinero había realizado todo el trabajo su taller de ebanistería, había contratado la cuadrilla de tapiceros a los talleres de Bernardino Castaño, que estaban en la calle Águila, una prima de la familia se había encargado de limpiar a mano los flecos del telón, otros familiares le daban al suelo con aguarrás y cera, y los bomberos y obreros municipales -recuerdan con especial cariño al Mariscal- también habían puesto de su parte para las labores más complicadas, como el montaje y desmontaje de las lámparas del teatro.
El final fue de vértigo. La cuadrilla de cerca de treinta personas tuvo que volver a poner las butacas para la sesión de la Ópera, volver a quitarlas para que se realizar el baile que antes seguía al inicio de la temporada y montarlas una vez más a las dos de la madrugada para que quedara listo para la sesión de cine.
Llegó un momento en que el trabajo disminuyó y el taller Folgueras de la calle Schultz tuvo que cerrar. Malos tiempos. Los hijos (Luis, Gabino y Salvador Álvarez Fernández) siguieron otros caminos. Lejos quedaron aquellos días en que el padre paseaba a su familia por toda Asturias con un carromato ideado por él que enganchaba a la bicicleta. Así lo recibieron un día en Gijón, al grito de «Folgueras, Folgueras». Un hombre que se dejó la piel en el teatro Campoamor, donde todavía durante unos años después de aquel 1960 siguió encargado del mantenimiento. A sus 93 años, sin perder media sonrisas, todavía se espanta de todo lo que tuvieron que trabajar aquel verano para cambiarle la cara al teatro. Nada que ver.
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